sábado, 31 de enero de 2015

Lo ven todo... el gran hermano fiscalizador. Segunda versión


Me encontraba en la cocina de mi casa. De esta casa que heredé de mis padres y en la que  me da mucho placer sentir que aún  están vivos los recuerdos de una vida sencilla, sin lujos, pero de un gran confort. Era una tarde de invierno, con el sol apenas tibio y con las nubes bajas, tan bajas que en la ventana había resquicios de una bruma, como algodones que flotaban y estaban suspendidos a un metro del suelo. Yo estaba  lánguida, en un estado  que era una conjunción de sueño y de vigilia. De pronto entró mi hijo  menor, tiene trece años y es un adolescente muy afecto a los telediarios, anuncios de noticias en internet y demás alertas cibernéticas. Su alegría no tenía contención, sus ojos vivaces reían y su estado de exaltación no encontraba repuesta de mi parte. Esa mañana había sido sometida  una práctica de exploración, que por buen gusto y femineidad no deseo relatar ahora. Me encontraba débil, ya que para la preparación había tenido que dejar salir todos los líquidos de mi cuerpo y eso me tenía extenuada y sin aliento.

            Mi hijo no paraba de reír y decía:

             — ¡No me lo esperaba! ¡Es genial! ¡Es copado!

            Saltaba,  dando carcajadas. Y recorría las habitaciones.

—Es increíblemente genial.

— ¡Qué pasa! ¿Por qué tanta exaltación?

Misha empezó a recorrer toda la casa, y despertaba a mis hijos mayores en afán de ser escuchado.

— ¿Qué ocurrió? Sé más preciso.

            —Mamá sos la mujer más conocida. Estás en todos los sitios de información. No aparece tu rostro, aunque si tus entrañas.

            —Pero qué decís.

            — ¿Qué has hecho esta mañana?

            —Solo un estudio. Que por cierto está recomendado a partir de cierta edad, pero ¿cuál es la novedad, Misha?

            —No sabés, sos la mujer más conocida. Dicen tu nombre, aparece en cada portal de noticias, está en las alertas.

            —Vamos, Misha, estoy  con pocas fuerzas, dejá de incomodarme.

            —Te puedo mostrar, está acá, podés ver.

            Y comenzó a leer.

            —…La señora Elena Crusciani ha sido sometida a una práctica de rutina y es buscada porque durante la intervención ha soñado, bajo los efectos de la anestesia, y en  esos sueños  viajaba por Austria, recorría la ciudad  de Viena y paseaba por un lago en un bote, entre cisnes blancos que ella acariciaba cada vez que pasaba cerca de uno de estos.

            —Seguí —dijo mi esposo, interesado.

            —…También realizó gestiones de una herencia que supuestamente habría cobrado en Italia,  y de la cual no ha dado ninguna información; por tanto la señora estaría cometiendo delitos económicos e infracciones a la ley tributaria. Por lo antedicho, la Administración Federal de Ingresos ha encontrado que hay un desfasaje entre la declaración de sus ingresos y  los paseos que dio en ese sueño.

            Por qué tanto alboroto —dijo mi hijo mayor.

            —Vení, leamos. Mamá es famosa—respondió Misha.

            …Estos pueden ser un indicio de los viajes que piensa realizar, afirmamos, además,  que sus niveles  de expectativas oníricas no son congruentes con los tributos aportados. Por tanto es buscada para que aclare su situación fiscal.

            Quedé en estado de estupor y de fastidio. Nunca había esperado algo así.

            ¿Es cierto, mami? ¿Has viajado en ese sueño? —quiso saber Misha.

            Sí, pero jamás pensé que  con la videocolonoscopía,  además de mis vísceras,  también podían leer mis sueños. Y menos que esos tubos hayan estado conectados con los
entes que fiscalizan la recaudación.

            —No, mami, lo interesante es que te conocen. Ahora sos famosa.

            —No, Misha, lo preocupante es que ahora vendrán a buscarme para que declare un dinero
 que no he ganado.

            —No,  para mí es muy bueno. Los chicos del colegio sabrán que tengo una madre famosa.

            —No, Misha, lo alarmante es que a partir de ahora soñar ya no será gratis.

 

 

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