jueves, 2 de octubre de 2014

El diario de una Morosa Temprana


Sábado… de setiembre de 2013

Estoy en Génova, vine a esta ciudad para realizar un curso de Literatura Italiana. Mi viaje obedece a las indicaciones de mi médico, ya que me han aconsejado un descanso para sobrellevar un shock post traumático. Y hoy, sólo a tres días de mi arribo, ya tuve el primer inconveniente. Fui a un Shopping con la intención de comprarme unas sandalias y no lo pude hacer porque cuando la dependiente insertó mi tarjeta en el posnet la operación fue rechazada.
            Todo lo que pueda generarme el mínimo proceso ansioso repercute en mi función gástrica. Cuando volví al hostel lo primero que hice fue tomar un   omeprazol, luego compré en un supermercado cercano: zapallo, manzana y leche. Dicen que son muy buenos para apagar el fuego del reflujo en el estomago.

Sábado… de diciembre de 2013
            Ayer debió haber llegado la facturación de la tarjeta de crédito. El lunes iré al banco a pedir el resumen. Antes de ir a acostarme tomé un vaso de leche porque dicen que es muy buena para el reflujo.

Lunes… diciembre de 2013
            Ni bien llegué al Banco para pedir el mentado resumen me dijeron que estaban de paro. Volveré mañana y lo reclamaré, pensé. Volví a mi casa y tomé un jugo de arándanos. Una amiga dice que es muy bueno para la acidez y el reflujo. 

Lunes… de enero de 2014
            Después de tantos feriados de fin de año y de los días de paro recién hoy pude pagar el resumen de la tarjeta de crédito. El monto fue superior al que creía porque una facturación no había llegado a raíz de los días de paro en la Oficina de Correos. Pagué luego de hacer una fila de cien personas, todas  tan fastidiadas que se enervaban con el menor comentario de algún empleado. Volví a casa y tomé un omeprazol.

Lunes… de febrero de 2014
            En la mañana temprano llegó un resumen de la tarjeta de crédito, me reclaman una deuda de 0,06 centavos.  Fui a un cajero rápido que se encuentra cerca de mi casa, el dependiente me dijo que era imposible cobrar una suma tan mínima. Cuando llegué a mi casa tomé un  omeprazol con un jugo de arándanos. Me aconsejaron que combinados hacen muy bien para la acidez frecuente y el reflujo.
Sábado… de setiembre de 2014
            Hoy tuvimos una tarde soleada, el tiempo pareciera que quisiese darle espacio al inicio de la primavera. Por todo esto con mi hija decidimos ir de compras. La iniciativa estuvo estimulada porque había leído en el diario que el Banco que emitió  mi tarjeta de crédito,  en su mes aniversario, cumplió ciento noventa y dos años,  realizaría descuentos de hasta un sesenta por ciento en todas las compras de indumentaria y en las consumiciones en bares y confiterías. A raíz de esta promoción la invité a tomar el té. Cuando quise pagar me devolvieron la tarjeta y un ticket con la siguiente información: “Capturar Tarjeta”. El mozo no conocía la causa de la denegación del pago. La merienda dejó de ser una invitación,  cada una pagó su parte; gastamos mucho más de lo que habíamos programado… Cuando llegue a casa me tomaré un omeprazol, pensé.

Sábado… de setiembre de 2014. Una hora más tarde

            Quise comprar un par de sandalias que estaban en promoción y la operación fue rechazada: “Capturar tarjeta”. Llegué a casa y tomé un omeprazol, la leche, el jugo de arándanos y la manzana cocida y el zapallo. Dicen que todos juntos son muy buenos para EL REFLUJO.
Lunes… de setiembre de 2014

            Fui al Banco para averiguar el motivo que me impedía realizar las operaciones con mi tarjeta de crédito. Subí una escalera y cuando llegué al primer piso, el empleado me envió a otra oficina y antes me aclaró que estaba en mora y que era una muy mala cliente. Al fin llegué a la oficina de Mora Temprana; y sí, era allí. Una empleada me atendió con mucha paciencia y luego de mis explicaciones y preguntas con énfasis me dijo: Señora debe 0,06 centavos. Es una injusticia, pero el sistema funciona de este modo. Y me aconsejó que volviera a la oficina de la cual me habían enviado y que entrara sin esperar números, puesto que era sólo para finalizar el trámite ya iniciado. Me atendió otro empleado y me repitió que era morosa, que me estaba atendiendo sin número, que se lo debía agradecer ya que me estaba haciendo un favor, a lo que respondí: hace tres horas que estoy dando vueltas por el Banco queriendo saber por qué está inhabilitada mi tarjeta. Me respondió que por deber 0,06 centavos era morosa, que volviera a la oficina de la cual me habían enviado y que allí le diera la baja. Pero como, ¿no es que ya está dada de baja? Sí, está dada de baja desde el 2013, pero la tiene que formalizar. Miles de preguntas acudieron a mi mente: Si está dada de baja, ¿qué tengo que hacer de nuevo? Si ellos dieron la baja sin avisarme, ¿por qué tengo que ratificar algo que no me comunicaron?   Entonces le dije: ya está formalizada, de hecho no puedo gastar. Sí, es así, pero vuelva a la oficina de Mora Temprana.

            Volví a la oficina de Mora Temprana, ya no estaba la empleada que tan bien me había atendido. Tuve que explicar todo de nuevo, y me dijeron: Usted no existe como cliente… bla… bla… bla, pero de todos modos tiene que darle la baja porque si no lo hace tendrá que pagar los gastos de renovación del año 2014. ¿No estoy dada de baja por morosa? ¿No debo 0,06 centavos? ¡Que alguien me explique por favooor! Pensé.

            Volví a casa, tomé el omeprazol, el vaso de leche; comí un puré de zapallo, la manzana cocida y por último tomé el jugo de arándanos. Dicen que todos juntos son muy buenos para la acidez y el reflujo.

martes, 23 de septiembre de 2014

Bella y lisonjera


 

— ¡María Esther! ¡Maria Esther! ¿Dónde está? —gritó Gertrudis llamando a su hija.
— Aquí en la galería señora.
—Mañana será  la encargada de recibir al delegado del gobierno nacional. Ya sabe, los latifundios pertenecen a la nación. Es muy importante su visita. Le doy unos pocos detalles: se llama Zabaleta Oruè,  es  artista plástico, de sesenta años, soltero.  Y no se olvide, ponga en práctica toda su diplomacia y buen ánimo. Que para esto fue educada. 
 
 Cuando el invitado   arribó a la estancia,  Maria Esther  lo acompañó a recorrer La Hacienda, prestigiosa y  a su vez  considerada una parada obligada para conocer las buenas carnes y disfrutar de la exquisita  comida típica. Eran las veinte horas de un día estival con cielo límpido, azul noche con tonalidades  naranjas. Arribaba el ocaso del día. La luminosidad lunar  asomaba flotando en la infinitud.
Zabaleta Orué   dejó pasar a Maria Esther delante de él; ella con diligencia abrió el portón que los conducía al jardín de verano. Lo llamaban así porque allí  cultivaban: los frutos,  las flores, más delicados traídos de otras partes del mundo  que necesitaban un microclima menos cruel.
Sin que se percataran, conversando sobre las especies y el perfume de la flor de coco,  renació la noche, mientras  las estrellas resplandecían en su rubicundez. Chan,  la servidora,  los alcanzó  jadeante por la corrida.
 

lunes, 15 de septiembre de 2014

Una casa e due candelabri. Romanzo


Una casa e due candelabri

 Prima parte del capitolo IV.

Il treno parte con pochi passeggeri; mi siedo vicina ad una signora che si reca anche lei a Varazze. La mattina è calda; sono le undici e venti. L’aria condizionata non funziona, i finestrini sono aperti e il vento soave e fresco mi carezza il volto.

Quando si ferma nelle stazioni la gente parla a bassa voce come se avesse paura di essere sentita incece, mentre il treno riprende il suo percorso il mormorio è più forte. Sarà per il rumore del  ferro sui binari? Mi piace viaggiare e quando il movimento avviene mi addormento. Ogni tanto tutto è buio, le gallerie fanno sentire la notte su di me. Qualche minuto dopo la luce invade la carrozza e tutto torna luminoso. Alla sinistra il mare Ligure, calmo ed azzurro. Alla destra le colline verdi con una profusione di diversi fiori. Le case sembra che pendano dai monti. Come saranno state costruite queste ville bagnate dal sole?

L’estate mi fa rivivere; tutto prende forma ed il mio spirito  diventa gioioso. Nell’ inverno, invece, la mia pelle è verdastra e gialla. Oggi in quest’estate marina posso vedere il mio volto abbronzato e la mia pelle ha più vigore.

Ieri Marietta è stata inquieta. Mi guardava con i suoi occhi inquisitori. Lei credeva che fossi venuta a  toglierle le cose che considerava proprie per diritto, cose che sencodo lei le appartengono. Non è così!

Durante la notte, ogni  volta che mi alzavo per andare in bagno, tardi, molto tardi lei faceva lo stesso. Temeva che io rovistassi nell’armadio che c’è in bagno. Quando uscivo lei entrava a controllare che non avessi portato via nessuna cosa.

Una statua di marmo bianco che funge da porta sapone custodisce il luogo. Gli asciugamani profumati con esenza di lavanda sono disposti in modo ordinato. Tra altri oggetti ci sono: botticini con un po’ di profumo e flaconi antichi. Ci sono anche candele profumate nei loro involucri. Tutti questi oggetti sono di origine austriaca perché mia zia andava sempre a Vienna per acquistare questi prodotti così come per la biancheria. Lei considerava che erano tutti di qualità migliore rispetto a quelli italiani.

In una delle prime serate che ho trascorso qui ho sentito Marietta chiacchierare con la donna che viene a fare le pulizie; parlavano di me e lo facevano usando un apellativo dispettoso: l’argentinuzza. Credo che significhi qualcosa come di bassa condizione sociale. Dovrei chiamarla l’italianuzza? Non so da dove ha preso quella parola. Non so a chi domandare che cosa significa perché, sebbene l’avvocato sia molto corretto, con me, mantiene le distanze. Viene tutti i giorni per chiedermi che cosa mi occorre. O chissà venga per controllarmi?

La prossima settimana verrà il notaio. Così si dice escribano; faranno tutto l’inventario dei mobili. Non vorrei essere presente perché mi ricorderà análoga situazione alla quale ho dovuto  partecipare, però accetto perché è la volontà della zia.

È vietato rivisionare gli armadi e i cassetti di tutta la casa. Questo l’ha lasciato scritto la zia nel testamento... Genova Nervi annuncia l’altoparlante… guardo verso il mare ed è calmo e intenso... Genova Quinto. Il giardino della casa è sul terrazzo che è stato ricavato dalla collina. Ricordo che quando le mie zie vivevano, di sera ci sedevamo lì a parlare. In quel tempo la brezza accarezzava i miei capelli e intiepidiva le mie braccia e le mie spalle.

Fa caldo caldo... Genova Brignole, mancano sessanta minuti per arrivare a Varazze. Il treno si è fermato. Non so perché. I passaggeri parlano, si domandano che cosa sucede. I cellulari suonano. Posso ascoltare le loro conversazioni, capisco perfettamente quello che dicono.

È un treno Regionale e perciò ferma in tutte le stazioni ed è lento nel riprendere la marcia. Non c’è l’aria condizionata; sarà perché viaggio in seconda clase? Attenzione treno in transito al binario tre, allontanarsi dalla linea gialla.  Un altro convoglio passa con velocità e sentiamo le vibrazioni.

Una signora sulla sessantina viaggia accanto a me, porta dei gioielli: un braccialetto ed un orologio d’oro. Scrive sull’Ipad. I suoi piedi sottili portano sandali che evidenziano dei fiori esotici di colore d’oro. Posso affermare che è molto ellegante. Il treno riprende la marcia, tutti tacciono. I viaggiatori si sentono rilassati; credo che a tutti quelli che viaggiamo il movimiento ci rilassa perché il ritmo è come una melodia. Se vale questo paragone.

Ieri nella cucina e dopo aver pranzato ricordo che Marietta ha controllato i cassetti dove sono le posate. Lei sa quanti sono quelle che si usano tutti i giorni; grandi e pesanti, d’argento inglese Shefield. Penserà che possa mancarne uno? Non lo so. Lei ha il vantaggio di conoscere tutti i segreti della casa. Non invano ha lavorato durante gli ultimi trent’anni della sua vita con mia zia e a questa casa la considera di sua proprietà.

 

Traduzione: Pilar Zenklusen

 

viernes, 5 de septiembre de 2014

Sólido. Polvo; Aire


XXV

 

En la caminata obscura y

sigilosa

partí  

con el carruaje pleno de azucenas.

 

                                                Las flores acompañaron

                                                el peregrinaje.

 

El doliente yacía esperanzado.

 

 

Lo arrojé

a esa aventura

con mis pasos.

Turbados.

 

                                               El partió.

 

                                               Muere. Muerto.

                                               Muere.

                                               Allá hay otra vida.

 Yo aún sigo aquí.

 

Sólido. Polvo; Aire


XXIII

Misterios anidaban

en las mortecinas

luces del jazmín.

 

Dolor,

 y más dolor,

en las siestas norteñas.

 

La madreselva

en su huida

enroscó las vidas

con el hilo enlutado.

 

Dolor,

y más dolor,

en los ojos del padre,

espantado y cansino de la muerte temprana.

 

lunes, 1 de septiembre de 2014

La mesa suspendida


 
 
           Era una reunión pequeña en una sala angosta, se bebía a granel y las luces titilaban en modo sugerente a la vista de los bebedores de la mesa cuatro. El mantel a lunares emitió movimientos circulares, el último lunar saltó de la cuadratura de la mesa y relató la historia de sus compañeras.

             Ellas no se ocupaban de nada, solo cantaban y reían como cíngaras en noche de amarantos con plumas de luces de colores, y nadaban como si fueran  los cálculos de los azores ventosos, en las mañanas en que la tierra dormía ensimismada sobre catres descubiertos. 

             Entonces, otro lunar cobró más ánimo y aleteó sin parar hasta  entrar en compulsiones.  Las nubes perdieron polvo y  se despistaron hacia la negrura de las olas de las mentes y las doncellas coincidieron en abandonar su cualidad.

              Bien habían dicho que no era garantía de felicidad aquella promesa  que recibieron las doncellas en la tarde que veían acercarse a las  damas y comieron hasta hartarse de las nuevas y malas noticias que relataban los lunares. Encerradas  en la vía que anudaba la ruta,  los nudos de la historia se convirtieron en   manojos que cabían en un puño.

               Las doncellas decidieron continuar divagando en la superficie de  la mesa cuatro, mientras los bebedores discutían sobre el valor que adquieren los recuerdos, cuando ya se han perdido los años en los  intentos por seguir obteniendo experiencias.

               Los lunares se trepaban a los vasos en modo risueño, haciendo malabares. En forma repentina y sin atino, uno de ellos cayó en el vaso del más viejo de los bebedores y conoció subrepticiamente sus secretos. Este había retenido para si la historia que celosamente fue resguardada por los muros de la Villa milenaria.

            Inesperadamente  relató, con su voz raspada y amarga por el alcohol,  como vivían los moradores de ese palacio con grandes balcones que asomaban como cornisas  al Mare Ligure. Y ya en el año 1640, sus amos acogían a los viajeros que tomaban el camino hacia el norte del golfo.

                 Iluminadas por el sol, en las mañanas calurosas, sus terrazas vieron el tiempo en el cual el césped verde como alfombra mullida y mórbida, participó del esplendor de los banquetes, donde las mesas ofrecían manjares. Deliciosas frutas traídas por sus amos de sus viajes a Oriente; ellos, como buenos mercaderes,  tenían bien sabido que  lo exótico de los frutos estaba en sus colores deslumbrantes  que  ornamentaban las mesas de los invitados.

               El lunar curioso por la realidad que se contaba decidió dar un paseo por la Villa y comprobar cuánto permanecía de aquella maravillosa  historia, pero las rayas paralelas  del mantel de la mesa cuatro se lo impidieron ya que su existencia no le permitiría comprobar lo que pretendía averiguar. Las líneas, cuatro en total, decidieron narrarle las vidas pasadas de sus moradores. 

             A la verdad le  relataron que,  en el vendaval de una noche, franquearon las puertas de la
 
construcción  —esta en sus inicios había sido una abadía—,  y  allí se escuchaba acercarse y alejarse
 
los ecos incesantes de los llantos;  los gritos de las almas condenadas al infierno y   de los que habían
 
muerto en modo inesperado. Con nervioso apuro, en su paseo, jugaron a un juego confuso e
 
incierto, a una pasión desatada e impúdica con las doncellas que ya se habían convertido en
 
fantasmas y recorrían los jardines aterrazados bajo la lluvia que diluyó: el paisaje, las flores, las
 
arboledas y el estanque.

            El agua del marjal, ya seco, dejó un surco vacío en su lecho para una postrera expresión de su existencia. Ubicado en la entrada de la iglesia de la abadía custodiaba al acrolito, una estatua con manos, pies,  cabeza de piedra y con el torso de madera vestido con sugerentes tejidos algodonados, traídos del Oriente.

               Con la llegada del verano una luz roja encendió y abrazó todo el jardín inundando los días de calor; el bebedor de la mesa cuatro, sin embargo, continuaba relatando a sus oidores, mientras el vino dorado  entibiaba su voz y el color rojo asomaba por sus mejillas hasta las sienes. Su historia fue muy diferente, ya que  era posterior en el tiempo y los mercaderes habían ya convertido a la abadía en una Villa donde se tiraban a los placeres mundanos y pecaminosos.

                El estanque llegó a ser fuente  desgarrada y deshilaba una  pesada hebra de agua clara. Vecina a ella se instalaban los amos, en sus poltronas, a relatar sus proezas en los mercados lejanos,  donde el aire se inundaba con los perfumes de las especias más exóticas. En sus fábulas no faltaban las proezas de su oficio, ya que exploraban minuciosamente las tierras conquistadas, y con gestos mezquinos por la avaricia trepidaban con fuerza los músculos de sus rostros mientras  negociaban y tomaban ventaja.

              Segundo a segundo, en modo apremiante, el bebedor siguió su relato con la sensación de ahogarse.  Así decidió interrumpir su fábula esgrimiendo experimentar olas de violencia interior, ya que eran secretos bien custodiados por  los antiguos moradores.

Su deseo fue no azuzar a los fantasmas  por temor a ser objeto caprichoso de las maldiciones que se repetían en períodos cíclicos,  sobre aquellos que intentaban relatar la historia que por siglos fue resguardada por los muros de la Villa. Todos se sumieron en un silencio enervante y enloquecedor.

           
 
            Andrea Doria se despertó del sueño, había viajado a Génova impulsado por conocer a sus

ancestros. Una novela de Augusto Roa Bastos, Madama Sui, lo sorprendió al encontrar en un

personaje genovés su mismo nombre y apellido. Y este hallazgo le permitió ahondar en su pasado,

del que no tenía registro, pues había quedado huérfano a los doce años. Y  lo decidió a viajar.

 
          El sueño lo asaltó una mañana de verano en un hostel de la Vía XX de Settembre, en la

mansarda de un edificio. El empleado de la noche, al llegar, le comentó que  la construcción

pertenencia al año 1200 y correspondía con la época de la Repubblica di Génova. Y que el primer

Dogge había sido Andrea Doria, a la sazón un ancestro suyo.

            Apuró un desayuno con un café y un brioche y salió con la decisión de llegar hasta el Palazzo de los Doria, y se perdió por la Vía Nuova, por la Vía Garibaldi. Sin un rumbo se dejó tomar por las calles de esta ciudad que  en tiempos lejanos fue la reina del Mediterráneo. A cada paso encontraba una historia y los nombres de la calles le recordaban sonidos y fonéticas  aunque nunca habló el dialecto, pero se descubrió reconociendo palabras y  sabores. Perplejo ahondó en sus pensamientos y no recordó más que a vecinos y  allegados que poco le había contado sobre sus padres.  

            Por azar escuchó, antes de emprender el viaje, que todos los humanos tienen una memoria que no se vincula con los acontecimientos pasados, sino con la genética. Y que por tanto sus recuerdos y sus ansias de conocer aquello que siente que lo identifica con un lugar tan lejano es sólo la memoria heredada, algo que le fue dado y que imprime sus recuerdos de olores conocidos y familiares, de gustos y alimentos que jamás ha probado, pero que su paladar reconoce fielmente.

             Y estos pensamientos y el sueño lo reconfortaron, se sintió pleno de familiaridad por primera vez en su vida: hoy  cumple cuarenta y cinco años. Y el sentido de pertenencia se apoderó de él. Y mientras llegaba hasta el puerto de Génova y recorría los carruggio se juraba que se quedaría a vivir en la ciudad.

            Andrea Doria, llegó a la conclusión final de que estaba viviendo la consecuencia de otra vida, y que todo tiene un orden secuencial y analógico. Él es el Dogge y es este hombre que fue a recobrar su legado.

lunes, 25 de agosto de 2014

Hermenegildo Sega


 

 

El amanecer tardaba en llegar, envuelta en las sabanas y con delicados movimientos torcía su cuerpo en afán de desperezarse y que las piernas perdieran la tensión de la espera. Bajo la almohada su cabeza pretendía esconder sus pensamientos. No fue fácil esperar, sin ansiedad, el atisbo del sol de la mañana. Cada tanto miraba las rendijas de la persiana para adivinar la hora del alba.

No había deseado emprender ese viaje, dilató la decisión argumentando todo tipo de excusas. Con insistencia pensaba que el encuentro seria difícil de abordarlo. Rechazaba la posibilidad de presentarse y  no tener nada para decir. Pensaba que las presentaciones sin preámbulos y sin historias compartidas eran tensionantes y que  esta aportaría poco a su cometido.
Todo indicaba que no podía eludir la situación. Con estos pensamientos llegó a la estación de trenes. En la boletería una fila interminable de gente se agolpaba en la hora pico. Buscó en el monedero unas monedas para entregárselas a un indigente y de ese modo desembarazarse de su presencia que la incomodaba.
Creyó que visitar sin preanunciarse no había sido una buena decisión, aunque ya era tarde para lamentarse. Era sólo un trámite y como tal los preámbulos serian innecesarios.
Cuando halló su ubicación eligió la ventanilla, así evitaría a los vendedores de mercancías varias que la ofuscaban. ¿Cómo comprarles a todos? Después de cada viaje se encontraba con una batería de utensilios que poco servían, pero que había tenido que adquirirlos a instancias de la persistencia y para no soportar el momento incómodo de negarse a realizar un acto de condescendencia. 
Retornó con sus pensamientos al viaje, el tren ya se deslizaba con aplomo por San Fernando; una hilera de casas estilo inglés  con techos de pizarra a dos aguas y un pequeño jardín miraba hacia las vías. El ruido y el movimiento acompasado de la locomotora habían calmado sus inquietudes y nerviosismo de los días precedentes. En la próxima estación, sólo a pocos minutos estaría frente a ellos. 
Jamás se habían visto, así imaginó que quizás encontraría en sus figuras alguna similitud; tenía vagos recuerdos del rostro en aquella vieja foto, aunque convencida estaba de no creerse semejante a ninguno. Ya pronto lo develaría.
 Mientras bajaba del tren, y descendía por las escalinatas recordó que la dirección la había anotado en un pequeño papel. Lo encontró estrujado y pasó sus dedos en afán de estirar los dobleces que hacían borrosas las letras.
Frente a la casa y corroborando la numeración hizo sonar la campanilla. Una mujer anciana y de cabellos teñidos de rojo furioso salió por una puerta lateral, llevaba un cigarrillo a medio pitar en la mano derecha, y en la otra sujetaba un crucigrama y los lentes.
— ¿Me busca? Aquí nadie me conoce. No recibo visitas. ¿Qué viene a cobrar?
—Me dieron esta dirección y un nombre, pero no sé quien busco.
—Buena presentación, y se cree que tengo tiempo para adivinar a qué vino.
—Tampoco creo saber a qué vine. Qué más da. Estoy aquí y usted tiene que escucharme. Hubo una muerte, me buscaron por el padrón electoral. Tampoco yo sabía de su existencia. Dejó deudas y las quieren cobrar y repartir si queda resto.
— ¿De modo que yo la tengo que invitar a mi casa para que usted pague sus deudas? ¿Estoy equivocada o me toma por ilusa?
—Vea, Hermenegildo Sega, murió en Italia a los ciento cuatro años. Nos buscan a usted y a mí.
— ¿Le tengo que creer? Y, quién es ese Sega?
—Usted es Sega, también lo soy.
— ¿Sólo dejó deudas? Venga. Entre que esto se está poniendo lindo. ¿Sólo deudas? ¿No habrá algún resto? Podemos arreglarlo. ¿Somos hermanas? ¡Qué hermoso! Siempre deseé tener una hermana. Venga. Entre, con confianza. ¿Una taza de té?
 
 

 
 

domingo, 17 de agosto de 2014

El anuncio


          Recuerdo que ese día comencé la misa con una gran alegría, pronunciar la palabra del Señor me hace feliz, aún hoy cuando por mi edad me retiraron hace años, y me encuentro en un lugar serrano, habito en una casa de retiro. Pero mi intención en estas líneas es contar esa historia que me marcó para siempre y dejó en mí una gran tristeza. Serían las seis de la mañana o mejor las seis treinta cuando un hombre con la barba crecida y de estatura muy alta, se acercó hasta el altar y viendo que ya me sacaba los atributos y la vestimenta que había usado para el oficio me dijo: Anoche murió Luis Crusciani, usted lo conoce muy bien, porque su madre es la directora  de la escuela del pueblo que queda acá cerca. No pude asociar su anuncio con ninguna persona conocida. El hombre siguió dándome más información y de pronto recordé a esa familia piadosa, que además tenían dos hijas mujeres, una de 13 años y otra que en esos momentos tendría seis. Sí, lo conozco, respondí. Murió anoche en un accidente de tránsito, hoy a las doce del mediodía lo entierran. Pero, ¿usted cómo lo sabe? En el mercado, lugar donde trabajo, me lo dijeron. Todo el pueblo lo sabe. Me quedé sorprendido, bien es sabido que en los pueblos de provincia todos los anuncios llegan a los oídos de los habitantes con gran celeridad.

            En el apuro y porque conocía muy bien a la familia, no le pedí mayor información sobre su persona. Sí me quedé observándolo cuando se marchaba, llevaba unos pantalones raídos, sandalias franciscanas y una camisa gris. La edad no la pude precisar, pero habrá sido un hombre de treinta años que cargaba el peso de toda la civilización sobre sus hombros, y esto me hizo sentir que estaba en presencia de una persona al menos especial.

            Fui rápidamente a la curia, avisé al  Obispo la triste noticia y decidí recorrer los 112 kilómetros que me separaban de ese pueblo, pueblo al que había ido con mucha frecuencia, no sólo para oficiar misa, sino para las comuniones, y las confirmaciones de cada mes de diciembre de cada año. Mientras conducía el viejo Gordini, modelo 64, pensaba en la escena que encontraría, en el dolor de esos padres y en las palabras de consuelo que podría darles. Mi fe sólo dejó que pensara que el adolescente parte para realizar una misión desde cielo y que quizás Dios con su despedida temprana le ha dado la gracia de gozar de toda la felicidad y los dones que el cielo ofrece a un alma buena.

            Llegué a las doce quince del mediodía y cuando estacioné el automóvil frente a la iglesia salió el sacerdote y me dijo: ¡Qué sorpresa!, llegaste justo en un momento muy desgraciado. Sí, lo sé; por eso he venido. ¡Tan pronto corren las noticias! y ¿cómo hiciste para venir en minutos? Me preguntó. La noticia sobre la hora del entierro la recibí esta mañana, por eso estoy aquí. No, aún no sabemos cuándo es el entierro. Me aseguraron que era a las doce. No, no es así; acaba de morir. En ese momento decidí no contar el mensaje que había recibido a horas tan tempranas; pero el estupor me dejó impactado, ¿quién fue el hombre que me dio la noticia con casi cuatro horas de anticipación? ¿Cómo pudo ser si aún estaba con vida a esa hora? Mis piernas no podían sostener toda mi humanidad, ya que era por ese entonces era un hombre de contextura alta y grande. Hoy a mis ochenta y siete años nada queda de ese cura atlético y enérgico. Le pedí a mi anfitrión que me llevara a la casa parroquial para descansar, aduciendo que el viaje había estado dificultoso por las huellas que habían dejado los camiones en los días de lluvias que habíamos tenido. Lo que deseaba era recomponerme de la conmoción y pensar en el sentido de esas palabras preanunciadas. Me llevó al refectorio y me quedé sentado el tiempo suficiente para analizar, ¿quién  pudo haber sido el hombre? ¿Para qué? ¡Cuál es  el mensaje anticipatorio! ¿Podría haber hecho algo? ¿Era para mí o era para los padres? ¿Lo había Dios elegido a Luis Crusciani? Aún me realizo esas preguntas. Creo profundamente en el mensaje de Dios, y puedo entender que fue un mensaje de alivio para sus padres.

            El velatorio fue doloroso y ver ese ángel vestido con el traje que usaría para su graduación y que con tanto orgullo se lo habían comprado los padres, según me lo contaron, me dejó una impresión acabada del desasosiego de una familia afectada por la ley del Señor. Rememoro hoy el entierro: una fila interminable y disciplinada de jóvenes que despedían al abanderado de la clase;  autos con coronas de instituciones amigas de los padres. Y adolescentes, niñas aún, vestidas con el uniforme escolar tirando flores al paso del féretro. 

            Hoy alejado del ministerio y dedicado a la oración puedo asegurarles que los días posteriores busqué a ese hombre por el mercado, lugar en el que me había asegurado que trabajaba; lo esperé en la misa de las seis de la mañana por muchos meses. Seguí a cada hombre con esas mismas características físicas por muchos años, mas nadie tuvo un mínimo de semejanza. Cuando terminé mi apostolado en ese pueblo y a modo de despedida le dejé una carta a los padres contándoles la historia. Tiempo después me hicieron llegar su agradecimiento. También ellos creían que fue un elegido de Dios porque era un hijo amoroso, un hermano cariñoso y un alumno ejemplar. Y la madre aclaró: y muy inocente para vivir en este mundo pleno de vicisitudes.

Sólido.Polvo;Aire

I

Serena oscuridad  cubre mis ojos      

sensible al rumor de la noche

me invaden antiguas tempestades.

 

 

                                        Atraviesan mi alma oleajes

                                        de dolores trashumantes.

 

Decido acogerlos

para siempre y

 

                                                 hundirme en un mar

                                                 de desencanto.

 

sábado, 16 de agosto de 2014

Las cartas de Anetta

—Julián, Julián, ¿dónde está?
—Cerca, señorita. ¿Por qué el apuro?
 —No olvide que hoy viene la visita.
—Haa, el editor. ¡Cómo olvidarlo!
—Arregle el salón. Y que en la cocina preparen el mejor té.
 —Como diga.
  Esta podría haber sido la conversación que tuvieron mi tía abuela y su mayordomo; no sabemos cómo fue porque están todos muertos y esta historia me la contaron muchas veces y no recuerdo de quién es la última versión. Y menos ahora que ya pasaron años de mi infancia. Según contaron todos estaban muy nerviosos porque mi tía, en un descuido, había comentado en una reunión de amigos que uno de sus amores había sido un tal Ferruccio. Sí, Marco Ferruccio. Un poeta enamorado de la argentina y que en periodos prolongados, allá por el año 1922, había vivido en el palacete de la calle Santa Fe y Rodríguez Peña, residencia de mis ancestros. En esos tiempos los padres de mi parienta acostumbraban a realizar grandes reuniones con literatos venidos desde Europa, en este caso el tal Ferruccio era de Firenze. Y en esos arrojos de amores clandestinos y amores prohibidos por la religión, el matrimonio y las buenas costumbres, este señor se enamoró perdidamente de ella. Amor que no pudo salir de los márgenes de hojas amarillas con caligrafía clásica, amor de poemas y de versos, amor de décimas. Mi tía estaba comprometida y a punto de entrar a la Iglesia con el novio que le habían asignado, y fue tan valiente que el mismo día que entró a la iglesia le escribió una carta donde le decía, —dicen porque yo no la leí— que su casamiento pronto terminaría y que separada tendría la libertad de escapar hacia Firenze para cumplir su deseo de amarlo para siempre. Tal carta no llegó a manos del poeta, sino que a manos su padre y él juró que jamás permitiría que su única hija se divorciase. Ella sólo se resignó a su suerte, nada podía hacer con tanto ardor desbordado por la pasión de un amor que nunca se había concretado. Su valentía fue tal —dicen— que se las ingenió para enviarle mensajes con viajeros, y también recibía sus respuestas. Con el discurrir del tiempo el tal Ferruccio cumplió sus deseos, y consiguió publicar sus libros de poemas en la editorial Enaudi y fue tal el suceso que a los cuarenta años era toda una celebridad. Nadie sabía que la mentora de tan dulces promesas de amor y de entrega era una mujer comprometida. Triste fue para ella cuando las misivas traídas por diferentes personas, a quienes compensaba con mucho dinero, dejaron de llegar. Realizó variados y complejos procesos de investigación y sondeo hasta que por fin llegó a la confirmación que nunca hubiese querido oír. Él murió en un triste hotel de Venecia, había estado hospedado por meses buscando inspiración y fuentes de emoción para conseguir que su obra fuera tan expresiva como las cartas que a ella le enviaba, dicen. Dicen que el hotel quedaba en la parte norte, en un barrio de palacetes desvencijados, de paredes descascaradas de color rosa pálido y que los gondoleros no quisieron realizar un cortejo fúnebre sin recibir una paga. Mi tía lamentó toda su vida no haber tenido el coraje de desafiar a su padre y partir hacia Firenze; muy pronto la vida y su sino la dejaron sola. Su marido la abandonó por una mujer más bella y más joven. Un día recibió una carta de un editor de Venecia que decía tener conocimiento que los más bellos poemas de Ferruccio estaban en su poder. También le confirmó que la obra póstuma con las cartas y la historia de amor lo catapultarían como el mejor de los poetas contemporáneos… Mi tía se turbaba mientras leía esas líneas. Y dicen, porque al ser una historia de amor prohibido no hubo testigos, que el día de la reunión se vistió de azul noche, dicen que armó los rulos de su cabellera y que lució las mejores joyas. Dicen que se miró el espejo, que perfumó su piel, que calzó sus zapatos de tacones altos, que barnizó sus uñas. Dicen que ese día se murió de amor. Dicen.

Todos los años fueron buenos. Un cuento de año Nuevo.

Sí. Todos los años fueron buenos, también aquel verano del '52. La tierra se rajaba por el calor. Chan y yo saltábamos las grietas del suelo seco con un pie, mientras manteníamos la otra pierna doblada hacia atrás. Tal como se paran los teros. Desde las vetas de la tierra salía lava caliente, nosotras las esquivábamos. Era un juego hermoso; yo me sentía libre. El aire caluroso me producía ardor en los pómulos. Mis labios se volvieron rojos, quemados por el ardiente sol. Así, una siesta regresó Zabaleta Orue, madre ya estaba más serena, padre lo recibió de buen talante. Sin explicaciones se preparó mi viaje para aquí, y desde ese momento jamás volví. Con el tiempo entendí. No creo que haya sido fácil ser Gertrudis. La capital me recibió bien dispuesta. Zabaleta me tuvo paciencia. También yo la tuve. Me llevaba treinta años. Puedo decir que era un gentilhombre. Conocí gracias a él todo el refinamiento de la ciudad. A poco de arribar me volví furba (palabra que utilizaba la abuela), nunca supe, a decir verdad, el significado, pero creo que significa ser intuitivo. Entonces, me escapaba mientras Zabaleta Oruè trabajaba. Así conocí a Liberata, nos encontrábamos en la plaza Las Heras. Ella tenía modos encantadores, frágiles y sutiles. Yo le contaba la historia de la familia, ella la interpretaba con fino talento de psicóloga. Nunca reconoció su profesión. No me importó. Lo presentí desde el principio. Por las preguntas que me realizaba. Y porque soy furba. Zabaleta decía que Liberata estaba loca. Yo reía porque el dejaba su cuidado acartonamiento y ponía cara de loco. Una tarde lluviosa y con bruma, nos citamos en el Café de Artistas; Liberata, circunspecta y con voz ronca me contó que La Hacienda había sido expropiada, madre recibió un buen dinero por ello. Al tiempo viajó al norte de Italia y dijo no pensaba volver, padre falleció a los pocos días de su partida. Liberata, actuando como terapeuta, confirmó mi sospecha, ella todo el tiempo me había analizado por iniciativa de Zabaleta. Así intentó relatarme un secreto que Zabaleta creía tener bien guardado. Yo lo sabía. De inmediato con una sonrisa diplomática se lo impedí. Nuca dudé; al principio me extrañaba que sus choferes fueran siempre jóvenes bellos; una mañana lo vi mientras hablaba bajito con uno de ellos. No me pareció oportuno interrumpirlos. Creo que en la cancillería lo sabían y entonces pensé, por qué tendría yo que alarmarme. Siempre dormimos en habitaciones separadas. En cambio yo nunca me sentí tan amada y halagada. Bien, no estamos aquí para que ustedes escuchen mi historia. Brindemos que este fue un buen año. También lo será el próximo. Que las burbujas se eleven y miremos hacia el cielo. La noche es magnifica. Quiero decirles que fueron excelentes invitados. La cena estuvo amena. Alcemos las copas. ¡A vuestra salud! ¡Feliz año nuevo! ¡En el 2016 se cumplirán todos tus deseos!